Juan Carlos de España no es el primer Borbón que abdica y se va al extranjero. Hubo situaciones similares en el pasado, algunas más prolijas que otras. A la Argentina nos tocó una bien desprolija. Y nos marcó nuestra vida política más de lo que creemos.
El 2 de mayo de 1808 estalló el descalabro jurídico, institucional y político en el Imperio Español. El levantamiento de Madrid contra la presencia francesa en España inició décadas de convulsión, tanto en la metrópoli como en América. En una serie de sucesos por demás confusos, Carlos IV y Fernando VII delegaron el trono de España a Napoleón Bonaparte, quien a su vez se lo otorgó a su hermano, José I. Todo a una velocidad tal que las abdicaciones y delegaciones no coincidían en el tiempo (se delegaba un poder a alguien que ya no lo tenía, por caso).
Los Borbones desplazados no la pasaron nada mal. Vivieron confortablemente en Francia en un castillo propiedad de Talleyrand y con pocas intenciones de retornar a España en lo inmediato.
Juan Carlos de España no es el primer Borbón que abdica y se va al extranjero. Ya hubo situaciones, algunas más prolijas que otras. A nosotros nos tocó una bien desprolija. Y nos marcó nuestra vida política más de lo que creemos
El nuevo rey José I organizó sus Cortes -órgano de representación política – para redactar en julio de 1808 el Estatuto de Bayona, considerada por algunos la primera carta constitucional de España, donde las colonias americanas pasaron a ser “reinos y provincias”. Los representantes rioplatenses a las Cortes de Bayona fueron José Ramón Milá de la Roca y Nicolás de Herrera. Este estatuto “afrancesado” y con altas dosis de concentración de poder en el monarca era, sin embargo, más liberal que el orden previo. Establecía igualdad de derechos entre americanos y españoles, promovía el libre comercio, la libertad de prensa y la inviolabilidad del domicilio.
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Muchos interpretaron como ilegal e ilegítimo el cambio de familia real de Borbones a Bonapartes, por lo cual la soberanía debía volver al pueblo de España. En mayo de 1808 se creó la Junta Suprema de España e Indias con base en Sevilla. En septiembre le siguió la Junta Suprema Central, un órgano unificado en la península para luchar contra José I y Napoleón. Ahora la resistencia necesitaba sumar a los territorios americanos. ¿Cómo congraciarse con las elites criollas? En enero de 1809 la Junta Central declara que las colonias americanas pasaban a ser “parte integrante de la monarquía española”. Esto abrió otro tema: los territorios de ultramar debían elegir representantes.
Había por tanto dos centros de poder. ¿A quién responder? ¿A José Bonaparte o a la Junta Central? El dilema del poder dual. José I envió al Río de la Plata al marqués de Sassenay para conseguir la fidelidad del virrey Santiago de Liniers, francés además. Liniers no se jugó ni por José I ni por la Junta Central. Su actitud expectante impulsó la rebelión del gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío, quien en rechazo a Liniers y en favor de la Junta Central constituyó una Junta de Gobierno en septiembre de 1808. La primera Junta no fue la de Buenos Aires, el 25 de mayo de 1810, sino ésta de Montevideo.
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La decisión de la Junta Suprema Central de crear un Consejo de Regencia en enero de 1810 y la débil representación política asignada a los territorios americanos impulsaron la creación de juntas autónomas en ultramar. Allí surge el movimiento de Mayo en Buenos Aires, que lejos de consagrar un nuevo orden, abrió la puerta a nuevos conflictos que desembocaron en la anarquía de 1820.
En diciembre de 1829 Juan Manuel de Rosas asumió como gobernador de la provincia de Buenos Aires. La Sala de Representantes le otorgó el título de Restaurador de las Leyes e Instituciones de la Provincia. Había que reponer cierto orden perdido. Curioso camino de acceso a la institucionalidad y al estado de derecho mediante el otorgamiento de poderes extraordinarios y discrecionales a una persona.
Todo comenzó por unos Borbones que actuaron en una situación por demás desprolija.